Coordinadora estatal de Asociaciones Solidarias con el Sahara

por la autodeterminación e independencia del pueblo saharaui

Testimonio de Pepe Taboada

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El principio de todo

El Estado español arrastra un peso vergonzoso e indignante por la forma en que expoliamos, traicionamos y abandonamos al pueblo saharaui. Esta permanente realidad, tan injusta e inhumana, me acompaña desde hace 48 años. A mí me faltan palabras para describirla, pero el gran jurista Julio González Campos supo encontrarlas, calificando la situación de crimen internacional y genocidio.

La razón de esta larga travesía por el desierto de los desiertos es fruto del azar. Una “bolita” en el sorteo de la “mili” (servicio militar obligatorio), felizmente desaparecido, sacó mi nombre e indicó mi destino, el Aaiún, capital de la provincia 53 de España en África. En ese momento yo no tenía ni idea de dónde estaba el llamado Sahara Español o Sahara Occidental. Más tarde me enteré de que estaba enfrente, muy cerca, a 90 millas de las Islas Canarias.

Aquella “bolita” cambió mi vida. Me podía haber tocado Cáceres o Lugo, pero no, me tocó el Sahara Occidental, y los 48 años siguientes de mi vida, una “mili” un poco larga o algo parecido, he tenido la suerte de conocer un gran país, un gran pueblo, digno y determinado, un bello territorio, con una gran cultura y a muy buena gente, de la que ya nunca me podré separar. El protagonismo de los acontecimientos políticos de hoy no nos deja ver el pasado de los hombres y mujeres que habitaron las arenas del desierto desde hace cientos de años.

Viví de cerca los últimos años de la presencia colonial española; las primeros reuniones con el Frente Polisario, las manifestaciones, los contactos clandestinos, la visita de la Misión de Observación de la ONU al territorio, la Marcha Verde…, siendo un “soldado español”, que no quería, por un lado, obedecer las órdenes de abandonar y traicionar a mis amigos saharauis, a la población saharaui; y por otro, que quería volver a mi país con mi familia, mi novia y mis compañeros de lucha contra la dictadura de Franco. Aún tengo presente lo traumático que fue vivir esa contradicción y hacer todo lo posible por ayudar, desde el principio, a lograr la liberación nacional saharaui.

Durante el servicio militar estuve colaborando con las primeras células del Frente Polisario a través de los “comités de soldados”, organización democrática clandestina unitaria de los distintos cuarteles. De aquella época conservo muy buenos amigos, soldados como yo, que hoy continúan implicados en el movimiento de solidaridad. Me vienen a la cabeza los nombres de Ángel Alda, Fernando Peraita y José Esteban.

Mediante estos comités, facilitábamos a los miembros del incipiente Frente Polisario todo tipo de informaciones: mapas, material logístico, etc. Les advertíamos de que el Gobierno de Arias Navarro podría llegar a traicionar las promesas y acuerdos a los que habían llegado los dirigentes del Polisario y las autoridades militares en el territorio. Fruto de estos, se comprometían a defender o respetar su derecho a decidir libremente su futuro y a organizar un referéndum. Ellos no se podían creer que nuestras advertencias fueran reales. Les parecía increíble que fueran ciertas las amenazas de traición y abandono. Tristemente, así fue.

Estuvimos poniendo minas en la frontera entre el Sahara y Marruecos hasta el último momento, pensando que íbamos a defender a los saharauis de la “Marcha Verde”, y, sobre todo, del ejército marroquí que la acompañaba y que ya se había adelantado entrando por otros puntos de la frontera más hacia el este. El mismo general Gómez de Salazar, gobernador militar en el Sahara, declaraba cerca de la frontera, que “el ejército español está preparado para defender el territorio y a sus habitantes”. No tenía ni la menor idea de cuáles serían las órdenes llegadas desde Madrid, del Estado mayor del ejército y del Gobierno.

Sin embargo, de la noche a la mañana, quitamos las minas, nos retiramos y encerramos a los saharauis en los barrios donde vivían (Corominas, Casa Piedra, Barrio Canario), con alambradas para impedir su huida. No podían repostar gasolina, les entregamos atados de pies y manos al ejército marroquí. Entraron al territorio a sangre y fuego. Los guerrilleros del Polisario se enfrentaban a los invasores en condiciones muy difíciles. Cerca de 40.000 civiles saharauis, en su mayoría ancianos, mujeres y niños muy pequeños huían de las ciudades y eran bombardeados en el desierto con napalm y fósforo blanco con el apoyo de la aviación francesa, siendo un territorio que, legalmente, estaba bajo administración española.

Yo contemplé, en directo, sin poder creer lo que veía, junto a mis compañeros, cómo iban tomando posiciones las primeras compañías con vehículos ligeros de las fuerzas armadas reales de Marruecos en las plazas y avenida. Lo hicieron de noche y enfrentándose a mujeres, jóvenes y niños, quienes, con sus puños desnudos, golpeaban a los blindados. Ellos respondían a “culetazos” con sus mosquetones, riéndose de la población civil desarmada que se oponía a la invasión y a la traición. El ejército español colaboraba identificando a todo aquel que era sospechoso, nuestro enemigo, cuando hasta el día anterior habían sido considerados nuestros amigos y formaban parte de las Tropas Nómadas y de la Policía Territorial. ¡¡No me lo podía creer!! Nuestros “catres” estaban todavía calientes, nuestros equipajes en los cuarteles casi sin recoger, y ya arriaban la bandera del régimen alauita en nuestras propias narices. ¡¡Que humillación!!

Me avergüenzo de que mi país sea el responsable de esta barbarie e intento de exterminio de todo un pueblo, que contó pronto con la complicidad del, por aquel entonces, Príncipe de España y Jefe de Estado en funciones, Juan Carlos I. El Emérito visitó a las tropas españolas en El Aaiún, en un viaje sorpresa, el 2 de noviembre de 1975. En ese momento ya estaba en “tratos” secretos con los norteamericanos, con Kissinger, para la entrega del territorio a Marruecos, pero no tuvo ningún reparo en aparentar ante los militares destacados en el Sahara otra cosa y pronunció este discurso: “España cumplirá sus compromisos y tratará de mantener la paz, don precioso que tenemos que conservar. No se debe poner en peligro vida humana alguna cuando se ofrecen soluciones justas y desinteresadas y se busca con afán la cooperación y el entendimiento entre los pueblos. Deseamos, también, proteger los legítimos derechos de la población civil saharaui, ¡¡ya que nuestra misión en el mundo y nuestra historia nos lo exigen”. Fue el primer engaño de otros muchos.

Nunca en mi vida he sentido tanta rabia y tanto dolor. Ser testigo, en esos días en El Aaiún, de cómo perseguían a los que, en ese momento seguían siendo ciudadanos españoles (en la actualidad, el Tribunal Supremo está intentando ignorar esta realidad), fue terrible.

Tras el discurso del monarca, llegó el engaño, la traición y el abandono. Empezaba la llamada “Operación Golondrina”: ahuecar el ala y salir corriendo. Yo recibí la orden del Secretario General del Sahara, Luis Rodríguez de Viguri, de dirigir la exhumación y repatriación de los muertos españoles enterrados en el cementerio cristiano. Encargué 200 féretros para ese fin y, posteriormente, se encomendó al “pelotón de castigo” de la Legión este trabajo. Nunca podré olvidar las escenas dantescas y humillantes de los legionarios bailando con los cuerpos de las “prostitutas” muertas, cadáveres todavía en muy buen estado de conservación por la falta de humedad del terreno. Me parecía estar viviendo dentro de una película de terror o en una secuencia del filme “Pantaleón y las visitadoras”.

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